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Siempre serás mi Luna

Recuerdan cuando éramos pequeños y sentíamos que la luna nos seguía. A donde miráramos estaba ahí.  Una compañera nocturna que observaba todos nuestros pasos. Yo recuerdo que daba pasitos en la vereda, sin pisar la rayas y, de cuánto en cuanto  la miraba para asegurarme que estuviera ahí, viéndome jugar.   ¿Cuántos de nosotros le preguntamos a algún adulto por qué? Yo recuerdo que siempre lo preguntaba a diferentes personas. No sé si no lo recordaba o si la razón era que me gustaba fastidiar a la gente. De igual forma no todos querían responderme o quizá no me prestaban atención. Eran épocas difíciles como para resolver mis dudas sobre la luna. Sin embargo, alguien que siempre me respondía era mi abuelo. Yo siempre podía contar con él. A pesar de todo con lo que lidiaba en aquel momento él siempre apartaba tiempo para mí. Recuerdo mucho a mi yo chiquita caminando con él. Era feliz con mis dos trenzas o mi cola de caballo con la que me peinaba mi mamá, mi chompa amarilla tejida y mi pan
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¡Pum! Un año ha pasado

¡Pum!  Se vienen tantos recuerdos de pronto.  Recuerdo que unos días antes de la cuarentena leí un testimonio de lo que se vivía en Wuhan. Encerrados, sin provisiones, viendo gente morir sin saber bien qué pasaba. Ese artículo fue publicado en enero. La voz de esa joven contando su historia resonaba en mi Guardé mi celular para comprar mi café, estaba segura, aunque con miedo, de que esto no nos pasaría. Wuhan y Perú están muy lejos decía mi cerebro cerrándose a la idea posible de que, como todo en este mundo, la humanidad siempre se ve traspasada por lo innegable de que el gran igualitario es nuestra mortalidad. Esto no era problema de Wuhan sino del mundo. Y de pronto mi mundo se sacudió.    ¡Pum! Cuarentena señores.    Y en mi mente solo estaba las palabras de esa chica. Ella tenía hambre y su refrigerador estaba casi vacío. La tienda debajo de su pequeño departamento tenía días sin abrir.  Estaba sola y asustada. Enferma por el encierro. Alejada de su familia, aterrada de estar en

Que nadie ahogue nuestra voz

El 25 de este mes se ha conmemorado el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y he recordado a Eivy Ágreda.  En 2018, cuando la tragedia era noticia escribí: “he tratado de evitar a cuánta persona me haya comentado el tema y, a pesar de no querer hablarlo, he sentido apretujado el corazón… he sentido miedo porque recordé varias de las historias de terror que leí semanas atrás en Twitter con el hastag #cuéntalo y también recordé que yo quise, pero no pude escribir…” Aún ahora recuerdo esas historias y también recuerdo las mías. Y recordarlo provoca que los vellos de mis brazos se me ericen. Luego respiro profundo y me calmo. Pienso en lo afortunada que soy. Y de ese miedo y de esa calma paso a la cólera. Me da cólera que muchos minimicen esto que vivimos a diario, al cruzar la puerta de casa, si es que el terror no lo vivimos dentro. Me da ganas de gritar que el miedo que yo sentía cuando, al salir del colegio, a mis amigas y a mí nos perseguían y nos acosab

23 de setiembre

¿Algún día volveremos a salir a la calle sin mascarilla? ¿Cuándo esto pase nos sentiremos seguros? Muchas veces me encuentro haciendo cola en la panadería y veo gente pasar a mi lado, veo niños corriendo por aquí y por allá, y gente haciendo cola en la tienda de al lado, en esos momentos no me siento segura con la mascarilla. Pienso que, tal vez, estar con o sin ella a esas alturas sería lo mismo. Sin embargo, no soy capaz de sacármela ni aunque me esté picando la nariz y sienta que me voy ahogando. Está terminando el invierno y este año no me senté dentro de una cafetería. No he sido capaz de entrar y quitarme la mascarilla para abrigarme con una taza de chocolate ¿seré capaz alguna vez de volver a hacerlo? Seguro que sí, pero ahora me parece tan lejano la llegada de ese momento. Siento que el mundo se ha vuelto a dividir en A.C. y D.C. pero ya no es antes y después de Cristo sino del Covid. Quizá la humanidad se sintió así con la Peste Negra o con alguna otra pandemia que aterroriz

Si es que llegas a esucharme

12 a.m. RECIBÍ LAS 12 FRENTE A ESE MAR QUE VEÍAMOS JUNTOS CUANDO ERA NIÑA. Me llevabas luego de visitar a tus otras hijas, es decir, tu antigua familia. O después de visitar a tu hermano mayor, mi tío Camilo, quien, de los 7 hermanos, era el que más se oponía a ti. Tenía ojos verdes, piel clara y sonrisa mentirosa. Recuerdo muchas de aquellas veces en las que, antes de embarcarnos en un viaje interminable hacia Villa María del Triunfo, me llevabas al malecón de San Miguel. La mayoría de veces era de noche y, aunque todo era muy oscuro, lo cual a esa edad me asustaba, contigo me sentía segura. Hay días en los que aún le temo a la oscuridad, y no solo a la de la noche, sino también la de mi interior.  A veces nos recuerdo a ambos bajando por unas escaleras en Barranco, en verano, caminando hacia la playa y descansando de cuanto en cuanto por ti, por tu corazón débil y tus pulmones de fumador. Tengo algunos otros recuerdos de nosotros en Larcomar, lugar en donde yo estaba parada hace un p